Comentario
Al finalizar el siglo XIII se producen un conjunto de transformaciones que dan una fuerte personalidad y carácter a la siguiente centuria. EL tranquilo equilibrio logrado en la época que llamamos de plenitud medieval, a veces engañoso, se ve fuertemente conmovido en el siglo XIV; así sucede desde la demografía, con un evidente cambio de la trayectoria, que pasa a ser decreciente, hasta la expresión artística, y de la situación política a la espiritualidad.
El Cristianismo informa todos los aspectos de la vida y nadie pone en duda las verdades reveladas ni la misión de la Iglesia de velar por su conservación y transmisión; sin embargo, alientan algunos movimientos de rebeldía. Lo son más contra la jerarquía establecida que contra las verdades de fe, aunque alguno de ellos acabe distanciándose en materia teológica.
Es una época de fuertes contrastes. Desaparece la idea de "Universitas christiana" y de ello deriva, entre otras cosas, la imposibilidad de organización de una Cruzada, aun en momentos en que las circunstancias lo exigían; sin embargo, el Pontificado, apartado de las querellas políticas romanas, incrementa su efectiva autoridad sobre las Iglesias. Ese mismo incremento será, no obstante, la causa misma de las críticas al Pontificado y de que se reclame la necesidad de volver a la primitiva simplicidad evangélica, muchas veces simple argucia de quienes desean unas Iglesias más dóciles al creciente poder de las Monarquías.
Las convulsiones sociales, la presencia de la guerra como un hecho permanente y las duras oleadas de peste que recorren Europa, causas y consecuencias de sí mismas, inducen a la toma de posturas y sentimientos contrapuestos y extremos: el más absoluto idealismo y el realismo más desgarrado; movimientos de rígido ascetismo junto a una escandalosa inmoralidad.
En el terreno del pensamiento, el enfrentamiento entre el racionalismo de santo Tomás, confiado en la perfecta compatibilidad de fe y razón, que había incorporado Aristóteles al bagaje de la filosofía cristiana, se oponía un inmanentismo que negaba la razón como forma de acceder al conocimiento de las verdades de la fe, para las que reclamaba simplemente la adhesión.
La ruptura de la unidad de la Iglesia, producida a partir de 1378, agravaría muchas de las dificultades, provocando, a su vez, divisiones en el mundo del pensamiento y en la vida universitaria, alentando con ello movimientos antijerárquicos y las exigencias, sinceras o interesadas, de una profunda reforma. La pérdida de unidad en la dirección de la Iglesia y las tensiones para resolverla, permiten una amplia intervención de las Monarquías en la vida de la Iglesia y dificultan el ya de por sí difícil camino del ecumenismo.
Aunque la cultura sigue estando en manos de los clérigos, se aprecia una cierta secularización; el laicismo humanista, cuyos primeros esbozos se atisban ahora, no sustituye los valores esenciales, pero aporta algunas modificaciones, progresivamente visibles a lo largo del siglo XV.